Por Ariel Silva (*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
La pista que encontré durante mi juventud me trajo hasta este sitio. Accedí a ella por parte de un bibliotecario, cuyo nombre no hace falta revelar. En estas líneas quiero dejar testimonio del hallazgo, tras años dedicados a descubrir un camino reservado para muy pocos.
Todo comenzó con una excursión a la Biblioteca Nacional de Argentina. Ese día pedí la novela El nombre de la rosa con la intención de releerla. Cuando la abrí en busca de los pasajes que más me gustaban, cayeron unas hojas con nombres de otros libros, citas, números de ediciones y cientos de datos que fui comprendiendo con el paso del tiempo. Había también un texto que hablaba de la semilla del escritor.
A lo largo de décadas fui buscando esos libros. Al compás de leerlos, até cabos que me enviaban a diferentes bibliotecas. Recorrí así el país entero en lo que se transformó en una vida corriendo tras el viento, según expresaban quienes escuchaban mi objetivo.
Cuando llegué a los treinta años, contaba con mucha información sobre el rumor que corre en ciertos ámbitos: todos los grandes escritores han descubierto una semilla y, tras usarla, la ocultaron para otros elegidos. En Rusia dio sus frutos con Guerra y paz, los ingleses la vieron florecer con Orgullo y prejuicio, los franceses con Madame Bovary; también se vieron favorecidos los latinoamericanos con Cien años de soledad y los del norte con Por quién doblan las campanas. Seguir con la enumeración me parece banal.
El último dato que conseguí me llevó al lugar exacto al que ha llegado la semilla, escondida de la mano del mismísimo Borges, en un lugar descampado de zona sur, en el que ahora está el Parque Los Álamos.
Cuando al fin desentierre la semilla, los sesenta años que pasé recorriendo el mundo en su búsqueda, mi paso por todos los continentes, cada acción, todo… tendrá sentido…
Todo comenzó con una excursión a la Biblioteca Nacional de Argentina. Ese día pedí la novela El nombre de la rosa con la intención de releerla. Cuando la abrí en busca de los pasajes que más me gustaban, cayeron unas hojas con nombres de otros libros, citas, números de ediciones y cientos de datos que fui comprendiendo con el paso del tiempo. Había también un texto que hablaba de la semilla del escritor.
A lo largo de décadas fui buscando esos libros. Al compás de leerlos, até cabos que me enviaban a diferentes bibliotecas. Recorrí así el país entero en lo que se transformó en una vida corriendo tras el viento, según expresaban quienes escuchaban mi objetivo.
Cuando llegué a los treinta años, contaba con mucha información sobre el rumor que corre en ciertos ámbitos: todos los grandes escritores han descubierto una semilla y, tras usarla, la ocultaron para otros elegidos. En Rusia dio sus frutos con Guerra y paz, los ingleses la vieron florecer con Orgullo y prejuicio, los franceses con Madame Bovary; también se vieron favorecidos los latinoamericanos con Cien años de soledad y los del norte con Por quién doblan las campanas. Seguir con la enumeración me parece banal.
El último dato que conseguí me llevó al lugar exacto al que ha llegado la semilla, escondida de la mano del mismísimo Borges, en un lugar descampado de zona sur, en el que ahora está el Parque Los Álamos.
Cuando al fin desentierre la semilla, los sesenta años que pasé recorriendo el mundo en su búsqueda, mi paso por todos los continentes, cada acción, todo… tendrá sentido…
***
—Así dice la carta que encontré, Ramírez —dijo el policía mientras alumbraba con una linterna un cuerpo—. Su mano parece estar apretando algo. La rigidez no me deja ver qué hay dentro.Cuando llegó el forense y pudo constatar que el anciano había sufrido un paro cardíaco, abrieron su mano. Allí encontraron una semilla. En su interior hallaron la frase griega h μαγεία δεν υπάρχει, traducida en varios idiomas. En castellano quiere decir: la magia no existe.
(*)Alumno del Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
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