Por Martín Etchandy | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Después de tres años y medio de tratamiento, esta semana la psicóloga me dio el alta. Juntos llegamos a la conclusión de que me encuentro muy bien y que, por lo tanto, no hay razones para continuar con la terapia. Me siento feliz. Y aliviado. Ya no la soportaba y no veía la hora de sacármela de encima. Por eso mentí sobre algunas cosas y oculté otras. Solo quería que me dijera:
—Estás muy bien. Te felicito.
Y lo logré. Sucede que hace dos años, mientras le contaba que mi última novia me había dejado por un compañero de trabajo (a diferencia de las dos anteriores, que me dejaron por compañeros del gimnasio y de un taller literario), descubrí que estaba jugando videojuegos con su celular: di vuelta la cabeza en el diván y la vi masacrando talibanes con una ametralladora. Me pidió disculpas y prometió que no volvería a suceder.
Dos meses más tarde, cuando yo le contaba un sueño en el que abría la escotilla de un submarino sumergido para tomar un poco de aire y provocaba su inundación (y la muerte de toda la tripulación), la sorprendí dormida en profundidad. No se despertó hasta que tosí por sexta vez con el volumen más alto que pude.
Se quedó dormida varias veces más. Entre ellas, la tarde en la que le dije que, cada vez que me duchaba, pensaba que en otra vida había sido una nutria y que desde detrás de la jabonera una cámara me espiaba.
La situación que rebasó el vaso ocurrió el mes pasado. Yo estaba confesándole que tenía deseos irrefrenables de estrangular a una directora de escuela que me hace la vida imposible, y ella volvió a dormirse. El problema es que lo hizo con su dedo apoyado en el celular, grabando un audio, y, al despertarse, el audio fue a parar al grupo de mamis y papis de un jardín de infantes de Canning, adonde ella lleva a su hijo.Los padres se sobresaltaron y de inmediato intentaron localizar a la mencionada directora para advertirle que, en su plantel docente, tiene a un lunático dispuesto a ahorcarla en cuanto la oportunidad se le presente. Aún no la ubicaron y espero que nunca lo hagan.
En conclusión, decidí poner punto final a nuestra relación terapeuta-paciente. Le dije que me sentía espectacular y me despidió con un sentido abrazo.
Si saben de algún psicólogo, o de una psicóloga, con un espacio a la hora de la siesta, les ruego, por favor, que me avisen. Tengo solamente dos condiciones esenciales: que sea barato y que llegue a las sesiones bien descansado.
—Estás muy bien. Te felicito.
Y lo logré. Sucede que hace dos años, mientras le contaba que mi última novia me había dejado por un compañero de trabajo (a diferencia de las dos anteriores, que me dejaron por compañeros del gimnasio y de un taller literario), descubrí que estaba jugando videojuegos con su celular: di vuelta la cabeza en el diván y la vi masacrando talibanes con una ametralladora. Me pidió disculpas y prometió que no volvería a suceder.
Dos meses más tarde, cuando yo le contaba un sueño en el que abría la escotilla de un submarino sumergido para tomar un poco de aire y provocaba su inundación (y la muerte de toda la tripulación), la sorprendí dormida en profundidad. No se despertó hasta que tosí por sexta vez con el volumen más alto que pude.
Se quedó dormida varias veces más. Entre ellas, la tarde en la que le dije que, cada vez que me duchaba, pensaba que en otra vida había sido una nutria y que desde detrás de la jabonera una cámara me espiaba.
La situación que rebasó el vaso ocurrió el mes pasado. Yo estaba confesándole que tenía deseos irrefrenables de estrangular a una directora de escuela que me hace la vida imposible, y ella volvió a dormirse. El problema es que lo hizo con su dedo apoyado en el celular, grabando un audio, y, al despertarse, el audio fue a parar al grupo de mamis y papis de un jardín de infantes de Canning, adonde ella lleva a su hijo.Los padres se sobresaltaron y de inmediato intentaron localizar a la mencionada directora para advertirle que, en su plantel docente, tiene a un lunático dispuesto a ahorcarla en cuanto la oportunidad se le presente. Aún no la ubicaron y espero que nunca lo hagan.
En conclusión, decidí poner punto final a nuestra relación terapeuta-paciente. Le dije que me sentía espectacular y me despidió con un sentido abrazo.
Si saben de algún psicólogo, o de una psicóloga, con un espacio a la hora de la siesta, les ruego, por favor, que me avisen. Tengo solamente dos condiciones esenciales: que sea barato y que llegue a las sesiones bien descansado.
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